Como consecuencia de la normalización del dolor, la mayoría de las enfermas de endometriosis son diagnosticadas solo cuando sufren otras complicaciones asociadas a la enfermedad, fundamentalmente la infertilidad.
¿Por qué? Básicamente porque el crecimiento de parches de tejido endometrial puede afectar el buen funcionamiento de los ovarios u obstruir las trompas de Falopio, además de que la inflamación asociada a la endometriosis puede perjudicar la calidad de los óvulos o impedir la implantación del embrión en el útero.
Casi la mitad de las afectadas de endometriosis tienen problemas de fertilidad y tienen que recurrir a técnicas de reproducción asistida, no siempre con éxito.
Lo más preocupante es que, a pesar de los avances en los tratamientos de otras enfermedades, a día de hoy la endometriosis sigue sin tener un abordaje específico.
tanto, lejos de un tratamiento contra la endometriosis.
Los tratamientos de esta enfermedad son meramente paliativos y tienen como único objetivo hacer los síntomas más llevaderos. Analgésicos para frenar el dolor, terapia hormonal que impida la menstruación (píldora anticonceptiva) o inducción de la menopausia son los más habituales.
En los casos más severos, cuando el resto de medidas son insuficientes, las pacientes se someten a cirugía para retirar los parches endometriales de los tejidos más afectados. La fisioterapia vaginal y el control del suelo pélvico también puede ayudar a las pacientes a controlar el dolor.
Grandes olvidadas
No obstante, las afectadas de endometriosis son las grandes olvidadas del sistema sanitario. La mayoría de las comunidades autónomas en España carecen de unidades de endometriosis y de profesionales formados en el manejo de la enfermedad. La derivación de las pacientes a centros de referencia con unidades específicas es en la mayoría de los casos misión imposible.
Eso implica que hay consecuencias a nivel psicológico y emocional. No solo porque el dolor crónico merma la calidad de vida, sino por el desgaste que supone su infradiagnóstico, la falta de tratamiento específico y la pesadilla que supone la infertilidad para muchas de estas mujeres.
Valeria tiene ahora 41 años y sigue conviviendo con el dolor, aunque la terapia hormonal y los antiinflamatorios la han ayudado a controlarlo y convertirlo en un dolor “sordo”. En eso es afortunada, al menos de momento.
Sin embargo, su sueño de ser madre está cada vez más lejos. Se ha sometido a numerosos ciclos de reproducción asistida sin éxito, con el desgaste físico y emocional que eso supone. Pero Valeria no se rinde. Valeria es una endoguerrera.
En el día mundial de la endometriosis, quiero dar voz a las millones de afectadas que, como Valeria, solo piden visibilidad para esta enfermedad, que las autoridades sanitarias actualicen las guías de manejo de la endometriosis, que los profesionales sanitarios las escuchen, que se formen en su manejo y, sobre todo, más investigación.
Porque sin investigación, estamos muy lejos de curar la enfermedad.